La Habana (PL)
Perteneció a una generación de actores maduros, rostros no agraciados y
temperamento violento.
Tales son los casos
de Charles Bronson, Ernest Borgnine y el calvo Telly Savalas.
Que interpretaron durante años personajes secundarios y sólo en la madurez física alcanzaron el estrellato.
Que interpretaron durante años personajes secundarios y sólo en la madurez física alcanzaron el estrellato.
Factores que los
une sin remedio, aunque no son los únicos, pues deambulan por distintos géneros
también.
Y tienen a la fuerza y el vigor como elementos que los define con un sentido preciso.
Y tienen a la fuerza y el vigor como elementos que los define con un sentido preciso.
Lee Marvin (1924-1987)
tuvo una juventud que presagiaba cuanto vendría años después.
Primero durante la
etapa estudiantil, cuando una docena de centros de enseñanza se deshicieron
sucesivamente de él por motivos diversos, pero cuyo denominador común era la
inclinación del joven por las riñas.
Como el día que, después de proporcionarle una
paliza a un compañero de aula, lo arrojó por una ventana y puso punto final a
su vida académica.
Y luego durante la
Segunda Guerra Mundial, que fue el catalizador de tanta energía vital
incontrolada, al aislarse en la infantería de Marina a los 17 años y servir en
el Pacífico, luchando con coraje en Kwajalein, Eniweton y Saipán.
Isla última donde fue gravemente herido en el curso de un ataque japonés, en el cual quedaron vivos sólo seis de los 245 hombres de su compañía.
Isla última donde fue gravemente herido en el curso de un ataque japonés, en el cual quedaron vivos sólo seis de los 245 hombres de su compañía.
Terminada la
contienda, desempeñó diferentes trabajos. Pero pronto la profesión de actor le
atrajo y puso toda su voluntad y energía al servicio del aprendizaje.
Tanto fue así que
en poco tiempo su entusiasmo y peculiar ímpetu le abrieron las puertas de
importantes compañías.
Es descubierto por un productor de TV.
Y contratado más
tarde por Hollywood.
Su debut en el cine
fue junto a Gary Cooper en un filme sobre la Marina, dirigido por Henry
Hathaway.
Ocasión, por cierto,
que marcó también el primer papel de Charles Bronson para la pantalla, entonces
utilizando su verdadero apellido de Buchinski.
A lo largo de los
años 50 Marvin participó en numerosos filmes, todos en personajes de segundo
orden, pero le proporcionaron una valiosa experiencia. Un conocimiento que,
cuando llegó a estrella, según confesara él mismo, le fue inconmensurable
ayuda.
Personajes que
gozaban de la imperfección de lo humano y por lo mismo resultaban ricos en
significaciones.
O en los cuales
introducía un matiz personal. Bien por su pintoresca y desgarbada presencia. O
bien por simples detalles de presentación.
Desde luego, los
papeles mejor recordados y que le dieron fama fueron los de hombre violento. De
asesino por contrato.
De profesional del
crimen. Basta mencionar su actuación en Código del hampa, de Don Siegel, y la
escena de la muerte del redomado gánster interpretado.
Un plano secuencia
en el cual el bellaco, acribillado a balazos, deambula por un pequeño jardín
como buscando un lugar para desplomarse.
O la realizada en A
quemarropa, de John Boorman, ese absorbente thriller que resume toda la
historia del cine negro.
Relato de un criminal que huye del presidio
para tomar venganza de sus enemigos.
Y en el cual le
acompaña de nuevo Angie Dickinson, la otrora concursante de belleza y años
después huésped de la TV.
En ambas películas
nos encontramos ante el auténtico matón por encargo. Amoral y sin sentimientos.
Un asalariado que
goza de todas las consideraciones de una profesión cualquiera.
Un profesional en
el cual destaca el dominio y la competencia técnica de su actividad.
Y en quien el matar y el morir bailan una danza
macabra permanente.
Películas que
derivaron, como es fácil suponer, en obras similares pero desarrolladas en
ambientes distintos como Doce al patíbulo, de Robert Aldrich, un realizador a
quien cierta crítica considera como un "moralista en un mundo que es del
hombre".
O como El emperador
del norte, también de Aldrich, cuando enfrenta a dos solitarios condenados a
odiarse porque se han situado en lados opuestos, pero sobre todo, porque no hay
espacio para los dos.
Mención aparte para
algunos filmes del Oeste en los que intervino, por ejemplo, Los profesionales,
de Richard Brooks, donde integra un grupo de cuatro aventureros encargados de
rescatar a la bella esposa de un potentado, prisionera de un bandido mexicano.
Monte Walsh, de
William Fraker, resulta melancólico western sobre el declinar de los cowboys y
la venganza que uno de ellos emprende contra los asesinos de un compañero.
Y por supuesto La
tigresa del Oeste, de Elliot Silverstein, un western humorístico, con Jane
Fonda en el papel de una maestra de escuela que termina convirtiéndose en fuera
de la ley.
Y con Marvin en el
doble rol de peligroso pistolero, por una parte, y como su ridículo hermano,
por la otra, caracterización por la cual obtuvo un Oscar.
Sin duda una
irónica evocación del viejo Oeste, narrada en el sugestivo tono de balada, en
la cual Marvin, frente a Fonda -tan rápida como el revolver, como hábil
jinete-, no es más que un viejo forajido alcoholizado sin ánimo ya para empuñar
el arma que porta.
Pero en el último
minuto sacará fuerzas para dejar bien sentado lo buen profesional que ha sido a
lo largo de su vida.
Y ahí surge un
detalle revelador. No deja de ser curioso que el personaje por el cual
recibiera el premio de la Academia fuera en cierto sentido una parodia de su
prototipo de asalariado del gatillo alegre, que le diera fama.
Lee Marvin nunca
lamentó haberes pasados tanto tiempo en la penumbra y que el reflector de la
popularidad no lo alumbrara.
Decía que, al igual
que su infancia y juventud le permitieron forjar el carácter, su larga carrera
le dio la oportunidad de perfeccionarse en el oficio.
*Historiador y
crítico cubano de cine. Colaborador de Prensa Latina.
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